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Memorias de la Última Narradora

Historias del Desván

Osos de Trapo

He vuelto a subir al desván. Tenía que dejar una caja llena de cosas viejas que había empaquetado mi tía. Como no tenía nada más que hacer en todo el día he estado explorando de nuevo.
Hoy he encontrado una caja llena de juguetes viejos. La mayoría eran aviones de madera o libros de cuentos llenos de polvo con las hojas desgastadas y los dibujos amrillentos. Pero entre todas esas cosas había un juguete que me llamaba especialmente la atención. Era un pequeño osito de trapo al que solo le quedaba un ojo y que estaba completamente cubierto de polvo. Según le he visto he sbido que le conocía ya de algo. Todavía no he conseguido averiguar de qué, pero seguiré investigando. Por ahora lo he bajado a mi habitación y lo he lavado. Esta tarde iré acomprar algún botón bonito que sirva para reponer el ojo perdido. Después veré si le puede hacer algún otro arreglo para que pueda vivir sobre mi cama sin llamar demasiado la atención.

Un Rincón de Recuerdos

Ayer subí al desván. Era muy pronto por la mañana. Mi tía aún estaba durmiendo y yo había hecho un poco de café. Abrí la ventana y me senté en el marco con la taza cogida entre las manos dejando que la brisa matinal meciese el olor a café recién hecho por toda la habitación.
Hace siglos que no limpiamos el desván y ahora está lleno de polvo. Pero a mí me gusta que esté así. Es como tienen que ser los desvanes, desordenados y llenos de cosas antuísimas y polvorientas, pero llenas de pequeños momentos de los de antes.
No sé cuanto tiempo pasé sentada en la ventana, mirando como las nubes desgarraban el cielo azul. Supongo que cuando me vaya echaré de menos estas cosas, pero no puedo dejar mi viaje atrás por ellas. Adoro la ventana del desván.

Después de que sonasen las campanas de la iglesia volví al mundo real. Un pequeña hoja se coló por la ventana y sobrevoló la habitación hasta ir a para a una pequeña caja de cartón.La seguí con la mirada hasta que se detuvo. Entonces me levanté y me acerqué a la caja. Dejé la taza de café ya casi vacía sobre una viejita y endeble mesa de madera oscura y carcomida, cogí la hojita y la miré por un instante. Luego miré la caja y la abrí.
Dentro había un montón de papeles viejos y amarillentos. Comencé a revolverlos y ver que eran. Principalmente había algunos recordatorios de comunión de los hermanos de mi abuela y algunas fotos muy viejas. Entre todo aquello encontré el libro de familia de mis abuelos. En las primeras páginas estaban grapadas una foto de mi abuelo y otra de mi abuela.
Mi abuelo tenía una cara fuerte, de hombre muy respetable, pero su gesto era amable y casi estaba riéndose en la foto. Mi abuela tenía esa expresión de ilusión por vivir, y esos ojos iluminados. Estoy segura de que estaba mirando a mi abuelo cuando se echó la foto, sólo podía tener la mirada así por eso.
Ella era muy guapa. He buscado más fotos suyas, pero sólo he encontrado fotos muy muy viejas de gente que no reconozco. Pero hay más cajas. Este rincón del desván nunca lo había explorado, pero ahora tendré que volver a hacerlo. Las fotos tienen colores ya muy desgastados, y me encanta verlas así, casi irreales.
Guardé todo de nuevo en la caja. Pero el libro de familia me lo he quedado, y he metido la pequeña hojita dentro. A fin de cuentas ha sido ella la que me ha guiado hasta el rincón más escondido del dasván, aquél que yo nunca había explorado.